Modelo: Alberto Anaya.

Todas las noches, de madrugada, sacamos a les perrites. Haga frío, haga calor, truene o caiga un Filomena. Es un paseo muy corto para que descarguen antes de irnos a dormir. Pero en ese paseo corto nos da a veces para mucho. Tuvimos una conversación que me dejó muy tranquila. Tan tranquila que algo me hizo click en el cerebro. O más bien en el cora. Estos 3 años y medio juntos se han caracterizado por mi parte por tener comportamientos clásicos de víctima de violencia de género. Estos rasgos los he trabajado en terapia y sigo en ello en un Centro de Igualdad, porque el trauma y el daño son inabarcables: estar a la defensiva, responder con demasiada agresividad o llanto ante los problemas o actitudes que me recuerden a mi ex, sobredimensionar los problemas, tendencia a aislamiento durante días si había una discusión, incapacidad de entregarme al amor de manera ingenua o soñadora, no dejarme abrazar ni querer, sentir desconfianza, dudar de mi pareja y un largo etcétera de rasgos postrauma. Ya sabéis que nos gustaría ser adres cuando consiga zanjar la lucha por mi hija, pero obviamente, esto me genera terrores «¿Y si me la intentas quitar?», «¿Y si me vuelves a hacer lo que ha hecho Guillermo?», «Tu madre trabaja en el Congreso, si esto lo hace mi ex suegra, qué no hará una mujer que trabaje ahí dentro, con todos los contactos, porque si lo dejamos, me va a pasar lo mismo, me vais a atacar, sacaréis de manera oportunista el tema de la salud mental y me volveréis a quitar a mi hije». Y se paró en seco en medio de la calle, solos, abrazados por el frío y me cogió las manos con las suyas, la piel rota por el estrés y el frío, «Leila, pues puede que pase lo mismo, puede que lo dejemos. Pero conmigo no acabará igual. Ni yo ni mi familia somos así». Y más de uno podrá pensar que las palabras se las lleva el viento, pero le creí. Me permití el lujo de creerle. Esa noche dormí en paz, porque me da paz pensar que la relación puede tener un fin. Y lo mismo duramos mientras estemos vivos, pero vivir fuera de las fauces del amor romántico es una de las grandes liberaciones de mi divorcio. Luego esa permisión que me di, la de creerle. Porque si no le creo seguiré en ese bucle de rechazo, miedo y desconfianza. Y me he propuesto volver a amar de manera genuina. Porque me lo merezco, porque forma parte de una pareja sana. Y yo me merezco vivir en una.