“Hay un sauce de ramas inclinadas sobre el arroyo

que en el cristal del agua deja ver sus hojas cenicientas.

Con ellas hizo allí guirnaldas caprichosas,

y con ortigas, y margaritas, y esas largas orquídeas

a las que los pastores deslenguados dan un nombre grosero,

pero nuestras doncellas llaman dedos de muerto.

Cuando estaba trepando para colgar su corona de hojas

en las ramas sesgadas, una, envidiosa, se quebró,

cayendo ella y su floral trofeo

al llanto de las aguas. Su vestido se desplegó,

y pudo así flotar un tiempo, tal como la sirenas,

mientras cantaba estrofas de viejos himnos,

como quien es ajeno al propio riesgo,

o igual que la criatura oriunda de ese elemento

líquido. No pasó mucho tiempo

sin que sus ropas, cargadas por el agua embebida,

arrastraran a la infeliz desde sus cánticos

a una muerte de barro”.

Shakespeare.