Yo he tenido muchos amores en mi vida. Empecé con E., pero durante ese amor sólo quería ser filóloga, filósofa e historiadora del arte. Luego I. Uff. Me ahorro esta parte ahora. Este I. persistió a lo largo del tiempo escribiéndome, hasta hace nada. Sus penúltimas palabras fueron «Sé que tú intentas ser buena en fotografía, que intentarás evolucionar. Pero nunca llegarás a nada. No serás nada nunca. No tienes talento. No llegarás lejos». Fue quien me borró todas mis primeras fotografías del disco duro. Luego F., el doctor de la Universidad. Ese se deshizo de todos los dibujos y fotografías que le regalé y supongo que un Juan Ramón Jiménez que le pinté a carboncillo reposará en el cubo de algún contenedor (sí, también dibujo). O ya molido en algún vertedero. Entre medias L. Mi pasión por la fotografía empezó a desarrollarse de forma muy bestia mientras estuvimos saliendo. Planos imposibles de hacer con el trípode. Todos los fines de semana le pedía que me ayudara a hacer una foto. Y al final, esas peticiones empezaron a convertirse en súplicas. Los trípodes humanos tienen un límite. Siempre lo tienen. Pero no tengo mal recuerdo de él. Con él di mis primeros pasos con Photoshop y Lightroom y supe lo que era por primera vez en mi vida las capas. Luego llegó Guillermo. Ya desde el frío, me escribió «Nunca vas a encontrar un trípode humano mejor que yo». Y sentada frente a un bosque vasco de ensueño, me lo creí. Y a pesar de todos ellos, a los que he creído y han creído ser un pilar imprescindible dentro de mi profesión, a pesar de haber destruido un gran porcentaje de mi obra durante años, soy imparable y prolífica. Y me recuerdo que he hecho más de 500 fotografías yo solita. No necesito a nadie. No sé si mi obra está destinada a crearse para ser destruida por hombres. Cuando llega una idea, tengo que hacerla, me llega la adrenalina, empiezo a dirigir, intento que no se me note el nerviosismo cuando noto que están encuadrando mal. «Todas desenfocadas. Venga, empezamos otra vez». Veo la entrega y la frustración en los ojos de Alberto. Sus ojos de lapislázuli. Con esta foto me ayudó él. No obstante, estoy empezando a destrozarme los hombros con el trípode y mi Full frame, en un intento de recordarme que centenares de mis fotos las he hecho yo sola. Sin ayuda de nadie. Recordadme que nunca más volveré a pensar que mi fotografía depende de un hombre. Una ayudita, de vez en cuando, no está mal. El autorretrato me ha salvado de que gran parte de mi obra pueda ser destruída por ninguna ley. Varios discos duros la preservan. Detrás de una de mis fotos, no tengo un gran equipo. A veces han sido y son mis amores. Muchísimas yo sola. Descargar la cámara, trípode y mochila y, con los deltoides hechos polvo, poco hay que no se haga con un mandito a distancia.