Semanas antes, ya lo sabía: el 12 de mayo del 2021, no era para mi. Un retraso en el equipo de los exámenes psicosociales (thank you) retrasó mi juicio de divorcio y, por tanto, la posibilidad por recuperar a mi hija y la prolongación de la violencia psicológica («yo no te mato, tú te suicidas»), instituacional y vicaria a la que estoy sometida desde hace 236 días tras el arrancamiento de mi hija y más de 3 años en la convivencia con el Ente. 8 meses sin mi hija. Iba a decir robados, pero en el decir que te «han robado» algo, cabe la posibilidad de volver a encontrarlo o que sea devuelto. Yo diría más bien que me han amputado, a día de hoy, 236 días de mi hija. Y algo me amputan cada vez que me la arrancan. No sólo a mi. También a ella. Yo puedo expresarme y hablar de mis vivencias, emociones y sentimientos. Ella no puede, más allá de sus dibujos, que guardo con mimo desde hace un año en carpetas, preguntas y reflexiones que también guardo, por si ella no se acuerda en un futuro. Recojo en cuadernos mis memorias y su memoria. Intento descifrarla en el poco tiempo que puedo estar con ella: dos días sin pernocta que corresponden a mis padres y en los que puedo estar yo presente y 4 horas en un Punto de encuentro vigilada en un cuarto de 3 m2. Con mi hija dentro. Os guardo todo detalle. Tengo un word que se llama «Textos e emails que todavía no puedo publicar/enviar». Lo vuelco todo ahí y en redes os presento textos sesgados desde hace ya camino de 2 años.

«No te muestres emocional», me dijo una vez ese Ente, padre de mi hija, «Que así no te van a respetar y pareces débil». Quizá, si mostráramos nuestras emociones con más frecuencia, claramente seríamos más fuertes. Cuanto menos más humanos. Y me cuesta trabajar sin ser honesta. Me he pensado mucho en subir esta foto, pues, dado que la parte contraria me acusa de enferma, incapaz de maternar y con mis informes de salud mental (robados) de hace hasta 12 años atrás, hará pantallazo y para el juzgado. «Mirad: llora, no es un ciborg, está mal, quitadle a su hija. Castigadla como sólo vosotros sabéis hacerlo». El castigo también es para mi hija, con quien compartiré células, al menos, hasta los 7 años.

Soy fuerte como un roble. Aunque no quiera serlo. Lo soy. Pero no siempre me iba a fotografiar con buena cara. Eso no es trabajar el autorretrato. Sin Verdad, fuera de lo personal e interior, ninguna disciplina artística lo es. Aquí estoy derretida, la piel se constriñe y la madre implosiona, se rompe hacia dentro con un enorme estruendo. Al día siguiente, superviviente, ácido hialurónico en el rostro y cremas antiojeras, tengo los pies descalzos en el suelo y estoy desayunando, reina de espadas, frente a mis plantas. En su guerra, que me lancen unas cuantas bombas más. Inexplicablemente, me levanto. Parece que es lo contrario, pero no paro de tejer. Mi silencio no es quietud. Porque a mí me pueden hacer lo que les dé la gana y vivir sin que se haga Justicia, pero lo más sagrado no me lo toca nadie. El tiempo no es sino el valle en el que estoy sembrando con las manos descarnadas.