Íbamos alegres. Mi padre hacía de padre y yo me permitía, a mis 26 años, comportarme como una niña ¿Manoletinas para andar por el campo? ¡No vais bien calzadas! Risas, ¿Qué más daba? Íbamos a hacer fotos y en esas fotos no íbamos a aparecer con bambas o botas. Que volveríamos a casa con los pies sucios llenos de arena, que no nos sentáramos en ese suelo que nos íbamos a ensuciar los vestidos, que no forzara a Emma a hacer fotos extravagantes, que no nos metiéramos en el charco de barro porque ahí habían cagado mulos, que como nos enguarrináramos nos abandonaba y se iba a casa. Y nosotras que nos meábamos de la risa, como un par de pavas… yo con menos perdón, que no soy la que tiene 14 años. Por cierto, nos abandonó, se fue a casa, y volvió con abrigos, porque estaba cayendo el sol.
Fue una tarde preciosa, todos disparamos fotos muy lindas, recogimos limones y visitamos un pino gigantesco al que hacían falta más de tres personas para abrazar el tronco. La luz, de Andalucía, espectacular. La temperatura, perfecta, de primavera. Papá y mi hermanita ¿Qué más podía pedir?
Ahora ya en Madrid miro esta foto y, a pesar de que la lluvia y el viento azotan el tejado de nuestra humilde buhardilla, siento calidez.